jueves, 21 de agosto de 2014

San Agustin biografia y pensamiento

Nació en Tagaste (Argelia), hoy Suk-Arrás (13 nov. 354). Su padre, Patricio, era pagano, aunque a la hora de la muerte se hizo bautizar. Su madre, S. Mónica, ejerció sobre el niño una influencia decisiva. Cursó estudios en Tagaste, Madaura y Cartago. A los 17 años se procuró una concubina, y de ella tuvo el año siguiente un hijo (Adeodato). La lectura del Hortensio, de Cicerón, despertó en él la vocación filosófica. Fue maniqueo puritano desde los 19 años hasta los 29. Decepcionado por los maniqueos, fue a Roma (383), abrió escuela de elocuencia y se entregó al escepticismo académico. Al año siguiente ganó la cátedra de Retórica de Milán. En esta ciudad acudió a escuchar los sermones de S. Ambrosio, el cual le hizo cambiar de opinión acerca de la Iglesia, de la fe, de la exégesis y de la imagen de Dios. Tuvo contactos con un círculo de neoplatónicos de la capital, uno de cuyos miembros le dio a leer las obras de Plotino y Porfirio, que determinaron su conversión intelectual. La conversión del corazón sobrevino poco después (septiembre 386), de un modo inopinado, haciéndose al mismo tiempo cristiano y monje, influido por un ideal de perfección.

Deseoso de ser útil a la Iglesia, volvió a África y comenzó a planear una reforma de la vida cristiana. Tres años más tarde (391) fue ordenado presbítero en Hipona, hoy Bona, para ayudar a su anciano obispo Valerio; éste en el 396, le consagró obispo, muriendo al año siguiente, Agustín le sucedió en la sede episcopal. Bajo su orientación, la Iglesia africana, derrotada, recobró la iniciativa. Agustín fue desarmando y desenmascarando a los maniqueos, donatistas, pelagianos, semipelagianos y arrianos. Los últimos años de su vida se vieron turbados por la guerra. Los vándalos sitiaron su ciudad y tres meses después (28 ag. 430, día en que se celebra su fiesta) murió en pleno uso de facultades y de su actividad literaria.

Era de constitución fuerte y sana, como lo demuestran sus actividades, trabajos, viajes y serena ancianidad. Sus enfermedades se debieron a excesos de fatiga, ascesis y apostolado. La ilusión de su vida fue la «verdad» para todos los hombres. Pendiente de su circunstancia, vivió luchando, aunque era de carácter manso y apacible. Convirtió su pequeña diócesis en corazón de la cristiandad. Sus restos mortales descansan en Pavía. El arte lo representa con traje de obispo o de monje, llevando en la mano un libro, un corazón o una iglesia.


El nombre de Agustín va unido a la discusión actual sobre la filosofía cristiana. Emilio Bréhier (1928) negó su existencia y su posibilidad. Le rebatió Gilson (1931), estableciendo dos diferencias esenciales: distinción entre el orden natural y el sobrenatural, y aceptación de la Revelación como auxiliar de la razón. A la réplica de Bréhier contestó nuevamente M. Blondel, precisando que se trata de un «espíritu» más bien que de «tesis objetivas». A esta postura se unieron muchos cristianos, tanto protestantes (Roger Mehler, 1947) como católicos (C. Tresmontant, 1953-55), mientras otros cristianos se adhirieron a Bréhier. Algunos radicalizaron más el problema, liberándose del exclusivismo griego (Grecia e Israel son dos modos igualmente legítimos de enfrentarse con la existencia) y del filosófico (la Filosofía tiene que dialogar con la Ciencia y con la Religión, o, de otro modo, es una evasión y queda descalificada).

En Agustín hallamos tres posibles fórmulas o tipos de filosofía cristiana: a) la fórmula intellige ut credas anuncia una praeparatio evangélica, una propedéutica de la religión; b) la fórmula vera philosophia est vera religio opone una filosofía apoyada en la religión a una filosofía apoyada en el mito, como, p. ej., la griega o la india; c) finalmente, la fórmula crede ut intelligas anuncia la armonía entre la naturaleza y la Gracia, la razón y la Revelación. En este último sentido interpreta a Agustín la mayor y mejor parte de los críticos modernos. Agustín aceptó absolutamente la filosofía griega y confió en ella, incluso con visible exageración al principio; se presentaba a sí mismo como un Platón cristiano y podía repetir la fórmula de Cristo referente a la Ley: non veni solvere, sed adimplere (Mt., 5, 17). Más tarde se enfrió su entusiasmo platónico, pero siempre quedó la Filosofía como parte esencial de Agustín, base de toda especulación teológica.

Si puede verse en la Filosofía el arte racional de dudar, Agustín fue escéptico durante su permanencia en Roma. El sentido de su platonismo es la superación del escepticismo por la evidencia de un Valor Absoluto. Los platónicos ofrecieron a Agustín: a) el concepto de luz inteligible; b) el concepto de trascendencia; c) el concepto de ser eterno; d) el dualismo moral y religioso, pero no metafísico; e) el optimismo antropológico; f) el método mayéutico; g) diferentes tesis concretas de ontología, noética, ética y estética. Pero Agustín leyó a los platónicos con ojos cristianos. Erróneamente les atribuyó: a) la Creación, formación y ordenación que enseña el cristianismo; b) el Dios Uno y Trino, personal, libre y creador; c) la ascensión del mundo inteligible al Dios personal; d) un telos místico racionalista o aspiración a ver a Dios en este mundo; e) un concepto posible de sobrenaturaleza.

Desde el principio discrepó Agustín de los platónicos en algunos puntos: a) hay un camino universal de salvación (fe-religión) y no sólo una via paucorum aristocrática (filosofía); b) la fe (qua creditur y quae creditur) es un absoluto, mientras que la filosofía es siempre un relativo; c) no hay preexistencia de las almas en el sentido filosófico; d) el pecado original no es filosófico, sino histórico; e) la mística racionalista de Dios es pura ilusión; la unión con Dios exige «mediaciones»; f) la posible sobrenaturaleza coincide con la Gracia de la Redención. Aunque la filosofía de Agustín es compleja y profunda, muchos críticos la consideran como síntesis de platonismo y profetismo, idealismo y realismo, objetivismo y subjetivismo, contenido y función del alma (Hessen).

Quien pretenda entender a Agustín debe partir de un subjetivismo fundamental y no de un objetivismo, ya que el «arte de dudar» implica un afán de superar la duda. Así, la filosofía de Agustín es una superación del escepticismo, una Antropología fundamental, que quiere ser una Soteriología (cfr. II, 4: «Doctrina sobre el hombre»). La fórmula inicial «Dios y el alma» (Solil., I, 2, 7: PL, 32, 82) presenta las dos dimensiones esenciales del hombre: inmanencia psicológica y transcendencia metafísica. La filosofía griega queda superada, pues no nos apoyamos ya en el cosmos, sino en el hombre. La filosofía griega es naturalista, determinista, racionalista, esencialista (los pensadores medievales pudieron esquivar las consecuencias, gracias a su gran fe y santidad). Agustín inicia una filosofía espiritual, personal, histórica y existencial; es filosofía crítica, no ingenua. No predomina la Cosmología, sino la Antropología; vuelta hacia el interior, no extrovertida.

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